Escribe: CHEMA TOVAR
En la calle Ernesto Diez Canseco 119, Miraflores, ‘a la vueltita’ del Parque Kennedy, está Mamma Lola que este año cumple 25 años. Lo que allí encontramos es cocina italiana sin adornos innecesarios. La trattoria abrió en el año 2000 con una propuesta clara: comida casera, porciones generosas y ambiente cálido. En estos tiempos de locales conceptuales y recetas intervenidas, Mamma Lola ha preferido mantenerse en lo que sabe hacer.
Hay lugares donde uno entra y de inmediato siente que la comida va a abrazarlo. Eso me pasó hace unos días cuando crucé la puerta de Mamma Lola. Casualmente, acababa de ver en Netflix una película que ahora está en boca de todos: la historia de un chef neoyorquino que convoca a abuelas italianas para cocinar en su restaurante. Salí con el antojo sentimental a flor de piel, y terminé almorzando en un lugar donde esa misma idea –la cocina como herencia viva– se siente con cada plato.
La sala está decorada como una casa familiar del sur de Italia. Mesas de madera, estantes con botellas, cuadros antiguos, utensilios que cuelgan como recuerdos. Nada parece nuevo, pero todo funciona. La cocina se asoma desde el fondo y deja ver la actividad del taller de pastas, donde cada día se prepara la base del menú.


Empecé con los Ravioles a la Toscana. La masa es delgada y pareja, con buen punto de cocción. El relleno de carne está bien sazonado, y la salsa de tomate se nota cocida con paciencia. Tiene cuerpo, pero no abruma. El queso rallado llega en la medida justa. El plato se sostiene solo, sin buscar llamar la atención. Lo mejor fue ver a una niña que comía en otra mesa, justo enfrente de mí, devorar ravioles con la misma intensidad que yo lo hacía.
También probé el Pollo de Mamma, que viene acompañado con pasta a la crema. El pollo está dorado en sartén, jugoso por dentro y con una costra ligera que concentra sabor. Se nota marinado previamente. Llega cubierto con una salsa suave de champiñones y un fondo de vino blanco que le da profundidad. La pasta, al dente, se sirve con una crema ligera que no satura. Es un plato más doméstico, menos italiano si se quiere, pero ejecutado con precisión y sin pretensión.
La Lasagna alla Mamma Lola, uno de los platos emblemáticos del local: aquí no hay reinterpretación ni deconstrucción. Es una lasaña clásica, de varias capas bien armadas, con carne molida, bechamel y salsa de tomate en equilibrio. Lo que destaca es la proporción. Ningún ingrediente sobresale demasiado. Todo está en su sitio. La porción es amplia y se agradece que llegue caliente, con los bordes ligeramente crocantes.
La carta incluye otras opciones que vale la pena revisar: ossobuco con risotto, antipastos, carnes, sopas y una lista breve de postres tradicionales. El servicio es atento, sin exageraciones. Preguntan, recomiendan, se retiran. La carta de vinos es corta pero suficiente, con opciones italianas y algunas etiquetas locales que acompañan bien.
Después de 25 años, Mamma Lola no intenta reinventarse. Ha renovado su carta, sí, y ha incorporado técnicas nuevas, pero sigue cocinando como lo ha hecho desde el inicio: con oficio. Tiene una segunda sede en San Isidro (Las Orquídeas 565), más pequeña, pensada para cenas tranquilas. Pero el corazón del proyecto sigue estando en Miraflores, donde la trattoria conserva su lugar sin ruido, a pocos pasos del parque.