Simón Fernando Yriberry (nombre real de Moncho Berry) carga su ukelele en la mano y da vueltas por la habitación. De momentos le da sorbos a un vaso de latte. La primera escena transcurre en su estudio: “El Totoral”, un espacio que antes fue taller de su abuela pintora. Allí, mientras desenreda cables, explica por qué ser músico en Perú es una declaración de fe.
La Lógica del Ser es el nombre de su próximo disco, el cuarto de su carrera, y también podría ser el lema de su vida. A sus 26 años, este egresado de Berklee College of Music en voz, composición e ingeniería de sonido, ha pasado de ser el “Monchito” de casa (heredero del apodo de su padre) a convertirse en productor, multiinstrumentista y gurú artesanal del sonido latinoamericano. Desde un ukulele hasta un sintetizador, Moncho Berry puede aprovechar toda materia prima para el groove.
No siempre fue así. En sus inicios, su música era introspectiva, casi confesional. Discos como Critic to the Young Kind (2016) o Degenerado (2022) tenían la estructura de un diario personal cantado. Pero algo cambió. “Me cansé de la profundidad innecesaria”, confiesa. La decisión no fue un desdén por el contenido emocional, sino una búsqueda de lo corporal con canciones que se bailen, que se sientan. En simple: música con movimiento.
Moncho dice que entiende la producción como un servicio. “Un productor no solo graba micrófonos. Es alguien que contiene, que acompaña. Hay que leer bien el cuarto”, comenta. Esa filosofía se formó en Berklee, donde su carrera de ingeniería lo obligó a convertirse en un comodín humano: ingeniero para otros, arreglista para todos, amigo para quien lo necesite.

El disco que está por lanzar se gestó entre Manhattan y “El Totoral”. La Lógica del Ser fue producido junto a Julián Picado, un compañero de ruta que comparte su devoción por Charly García. El disco es, en palabras del propio Moncho, un homenaje sensorial al funk, al disco, al synth-pop y al rock argentino. Todo esto pasado por el filtro de alguien que no tiene miedo a los cambios, ni a los géneros, ni a los rótulos.
“No puedes definir a Moncho Berry como ‘el del rock’ o ‘el que toca cumbia’. No hay una etiqueta clara y eso me gusta”, dice. Esa elasticidad también se traduce en su plan maestro para tocar en festivales internacionales. Tiene nombres anotados como si fueran destinos de peregrinación: Estéreo Picnic, Coachella, Lollapalooza. Y aunque valora el circuito local, su mirada está puesta en la región latinoamericana: Colombia, Argentina, México. “Allá he sentido una conexión genuina con el público”, asegura.
Volver al Perú fue una decisión inusual para alguien con posibilidades reales de establecerse en Nueva York. Pero Moncho no quiso ser un peruano más en el extranjero. Su apuesta es dejar un legado desde este lado del mundo, aun cuando eso implique trabajar en una microindustria donde la infraestructura musical es precaria y el arte sigue sin ser prioridad nacional. “Yo creo en la música de aquí. Siempre la ha habido, sólo falta creer más”, insiste.
Su próximo concierto es el viernes 13 de junio en La Noche de Barranco. Lo acompañarán artistas invitados y, seguramente, un setlist que combine lo viejo, lo nuevo y lo que vendrá. “Este disco no tiene canciones tristes”, advierte con una sonrisa. No porque haya dejado de sentir, sino porque ha aprendido que el cuerpo también necesita su protagonismo. Y la coherencia, a veces, se construye bailando. (M.R.)