75 años

Edicion_2727

Rey Charles,Sir Beckham

El pasado 5 de junio, la atención del mundo del entretenimiento se centró en un anuncio poco habitual para la Casa Real británica: la concesión de la Orden del Imperio Británico a David Beckham en el marco de las celebraciones del cumpleaños del rey Carlos. Símbolo de una generación dorada del fútbol inglés –19 títulos, 115 internacionales, embajador de UNICEF– Beckham pasaría de OBE a estar en la nómina de caballeros, un reconocimiento que trasciende el deporte para posicionarlo como figura pública al nivel de la realeza. Este gesto, en apariencia anecdótico, tiene una lectura importante: el Reino Unido busca recuperar una narrativa cultural nacional que brille en el plano global sin las tensiones que acompañan históricamente al soft power moderno.

EN CANADÁ, PERO SIN COMPLACER A TRUMP

El Rey visitó Canadá por primera vez desde su ascenso, ofreciendo el discurso inaugural del Parlamento el 27 de mayo. El momento fue significativo: la apertura más protocolar del sistema político canadiense –con la notable primera ovación al monarca– se convirtió en un claro símbolo de respaldo ante la presión de Donald Trump, quien en los últimos meses había planteado la anexión de Canadá como “51.º estado”.

En su alocución, Carlos supo tejer una narrativa firme sin romper el molde constitucional: “The True North is indeed strong and free” (“El Verdadero Norte es, en efecto, fuerte y libre”), frase que pasó de ser un cliché a convertirse en un manifiesto de soberanía canadiense en un contexto global complejo.

El Rey eligió un discurso corto —2500 palabras— sin ceder ante las provocaciones externas, respaldando los intereses de Canadá y reforzando una imagen de la Corona alineada con la resistencia geopolítica, no con el aislacionismo o proteccionismo.

UN DRAMA FAMILIAR EN PLENA CRISIS

Y mientras ejerce su rol como monarca global, el Rey enfrenta también momentos personales tensos. El 11 de mayo, el príncipe Harry dirigió un mensaje a través de la BBC pugnando por una “reconciliación” con su padre y el resto de la familia real.

Aunque la situación lleva meses en tensión –el llamado Megxit, los desencuentros públicos, los choques de imagen– el reciente apunte de Harry abre una nueva ventana de vulnerabilidad para un rey que llegó tardíamente al trono, con una agenda contemporánea, pero sin blindaje emocional frente a tormentas internas.

Esa llamada de Harry revela la dualidad de un Carlos moderno: en el plano oficial, un monarca que actúa y piensa como el siglo XXI; en lo privado, un padre que aún intenta reconciliar vínculos rotos en su familia tras años de exposición mediática y escándalos.

Carlos heredó el trono tras largas décadas en la penumbra real. Ha sido criticado por su discurso progresista en décadas pasadas, y su ascenso despertó preocupaciones sobre el papel de la monarquía hoy.

No obstante, los hechos recientes marcan su singularidad.

Carlos III ha logrado algo que pocos esperaban: ser un rey que actúa con estilo gubernamental, habla con voz de Estado sin perder su humanidad, y define su reinado a partir de tres ejes: identidad cultural, defensa de democracias compartidas y sanación personal.

Si bien algunas de sus maniobras aún generan escepticismo —la prensa está dividida, la familia sigue dividida— su reinado se construye en tiempo real, sin manual, pero con la convicción de que el simbolismo real puede mantener vigencia en un siglo que demanda propósito político, dignidad personal y coherencia institucional.