Hubo una época en la que Adammo fue sinónimo de euforia adolescente: premios MTV, teloneos internacionales y un fandom que gritaba al ritmo de un pop rock inusualmente limpio para la escena peruana. Luego, silencio. Separación. Y en el medio, el paso del tiempo, que en este caso llegó con hijos, mudanzas, trabajos estables y un inesperado reencuentro de WhatsApp.
Catorce años después, la banda se despide. No con una gira. No con un disco. Con un solo concierto –el 31 de mayo– que parece más una reunión de viejos amigos que un retorno comercial. “Fue como si no hubiera pasado nada”, dicen. Pero pasó todo: peleas, frustraciones, decisiones mal tomadas y una juventud que, como toda juventud, creyó saberlo todo.
Ezio Oliva, Renzo Bravo, Nicholas (Nico) Cáceres y Diego Ubierna coinciden en lo mismo: no supieron manejar el éxito. Ni el fracaso. “Éramos cuatro chibolos con todo y sin idea de nada”, admiten. Sin coaching, sin dirección, sin industria. Si en otros países una banda en ascenso recibe orientación, en Perú bastaba con ser joven y vender. Todo lo demás se resolvía como se podía. Es decir, mal.

Tras la separación, Renzo y Nico intentaron seguir juntos con el proyecto Defiant the Lion, pero no prosperó. “Fue un golpe duro empezar desde cero en otro país, emocional y económicamente”, confiesa Renzo. Nico terminaría dedicándose a la arquitectura y Renzo a la producción. La expectativa de replicar el éxito de Adammo en otro contexto terminó por apagar sus ganas de continuar ese camino.
En paralelo, surgieron rumores de que los conflictos internos habían escalado más allá de la palabra. Hoy lo confirman: sí hubo un episodio de violencia entre Ezio y Diego. Fue el punto más bajo de una crisis entre egos, frustraciones y juventud. “Éramos unos chiquillos peleándonos por orgullo”, admiten. Catorce años después, reconciliados y maduros, lo ven como una prueba superada. Sin rencores.
La banda nunca murió. Sus canciones siguieron rotando en playlists, TikToks y recuerdos. Desde Suiza, Berlín o Lima, fans reencontraron “Sin miedo” y preguntaron por ellos. La idea de una despedida empezó a rondar. Y, a diferencia de otras veces, esta vez sí pudieron organizarse. En sus cuentas de Instagram, los cuatro comparten la misma imagen: un fondo amarillo y letras negras con una fecha clara. 31 de mayo.
Adammo nunca prometió una segunda vida. Lo dicen claramente: no hay planes de seguir. El concierto no es un teaser, es un cierre. Pero también, una celebración. La de reencontrarse con lo que fueron y con quienes aún los llevan puestos como una camiseta emocional. “No me arrepiento de nada”, afirma Diego. La madurez no está en negar el pasado, sino en volver a él sabiendo que no todo fue error. Que algunas cosas –como hacer música entre amigos– valieron completamente la pena. (Marce Rosales)
