75 años

Edicion_2726

Sabelón Quiere Mandar

La ofensiva mediática de Phillip Butters tiene números claros. Un puñado de entrevistas ofrecidas en los últimos días –entre ellas a CARETAS– suma alrededor de un millón de vistas solo en YouTube. Hipermediático, controversial y entertainer para estos tiempos plenos en adjetivos y polarización, Butters aparece apenas con 1.6 % de intención de voto en la encuesta de CPI. Según los miembros de su equipo, estas primeras diferenciaciones del pelotón de “otros” se irán haciendo más marcadas. Para sus críticos puede resultar una propuesta extrema y hasta insoportable. Queda ver, desde la otra orilla, si su indudable capacidad para atraer audiencias se puede traducir en votos.

Butters no se considera periodista, aunque ha construido una de las marcas mediáticas más reconocidas del país. Dice que no es político, aunque su discurso, sus alianzas y sus cálculos lo colocan ya en la línea de salida para la campaña de 2026. “No soy un personaje hecho para televisión”, afirma. “Yo soy así, ahora y siempre”.

Ese “así” incluye su estilo arrollador, una verborrea inagotable, la convicción de que el mérito debe proclamarse –propio y ajeno– y una fijación con el dinero que atraviesa gran parte de sus intervenciones. Usa la plata como una vara moral para evaluar el carácter. Los que buscan llegar a un puesto de poder por S/ 12 mil de sueldo son “muertos de hambre”.

En una campaña marcada por la pobreza estructural, en un país con 10 millones de pobres, su discurso puede parecer ajeno o incluso desafiante. Pero Butters lo resignifica como una declaración de independencia: “Yo no necesito dinero. A mí no me van a tener que pagar para ser candidato. Yo doy. Mi viaje me lo pago yo”. Y remata: “Hay gente que cobra por ser candidato. Yo no le voy a cobrar a nadie por postular. Por eso tengo autoridad moral. El que necesita que le paguen para ser candidato, mejor que se quede en su casa”.

EL VALOR DEL CARÁCTER

La tesis de Butters, se resume en una palabra: carácter. A su juicio, no es la ideología la que define a un político, sino su temple personal. Con ese estándar mide y desmenuza a todos: a Toledo (“arribista”), a PPK (“frívolo lobista”), a Vizcarra (“descorazonado”, “basura”, “uno de los peores peruanos de la historia”), a Humala (“sin carácter, cobarde”), y a Dina Boluarte (“una vecina de media caña con ínfulas de club nacional”).


El único con quien es indulgente es Alan García. Lo conoció, lo admiró, y distingue entre el primer García, “brillante pero desbordado”, y el segundo, “pausado, sufrido, más humilde, el último presidente que hemos tenido”.
De otro lado, aunque buena parte de su discurso mediático ha girado en torno a los “caviares”, Butters reconoce que la figura del caviar como enemigo público ha perdido centralidad electoral. “No es importante”, admite sin rodeos. “Acá hay un mito horrible que es el del líder de opinión. Eso no existe”, sostiene, relativizando el poder político de esa élite intelectual y mediática a la que usualmente fustiga.

Para Butters, muchos de los que se identifican con ese grupo actúan por intereses más crematísticos que ideológicos: “Los demás no son caviares, son autistas. Es un tema de chamba y de sueldo y de puestos de trabajo”, dice, en un pasaje que refleja su escepticismo frente al compromiso ideológico sostenido.

Pese a su hostilidad discursiva hacia los caviares, se cuida de matizar: “Algunos son químicamente puros, pero la mayoría se acomoda. Han trabajado con Fujimori, con PPK, con Vizcarra, con Ollanta. Para ellos es lo mismo”.Butters es frontal y narcisista. Pero tiene galones, insiste. “El que me dice arrogante es porque se siente menos que yo. ¿Quién consiguió el acuerdo con Odebrecht? ¿Quién reveló a Salatiel Marrufo? ¿Quién se tumbó a Pedro Castillo? Yo”.
Lo llaman “el sabelón”, mote que le divierte. “Soy estructurado”, se defiende. “Yo planifico, ejecuto, corrijo. Armo equipos. Sé rodearme de los mejores, y los convenzo”. Asegura que ya tiene en marcha sus equipos de economía, seguridad, salud y educación. “Esa es mi diferencia con Rafael [López Aliaga]. Él hace lo que quiere. Yo no. Yo estructuro”.

A pesar de que dice armar equipos, asegura que nunca será subordinado de nadie. “No quiero deberle nada a nadie. Ni a un partido, ni a un mecenas, ni a un grupo de poder. No quiero tener jefe”. Detrás de esa postura se insinúa una huella emocional. Butters alude a la muerte de su padre, cuando él tenía 12 años, como un punto de quiebre. “Cuando mi viejo murió, mi vida cambió. No tenía a quién obedecer”. El padre aparece como el último referente al que estuvo dispuesto a responder.

No oculta su parentesco con López Aliaga, ni sus críticas. Lo llama “el Acuña de los blancos” y advierte que no escuche a sus asesores. A Keiko Fujimori, en cambio, la defiende en términos judiciales (“fue perseguida sin pruebas”) pero no políticos: “Su desempeño ha sido pésimo. Perdió tres elecciones y terminó presa tres veces. No creo que repita”.
Más allá de los diagnósticos y los dardos, Butters conoce su principal fortaleza: es conocido, y es entretenido. “La política es emocional, hepática, estomacal”, dice. “Si no emocionas, no ganas”.

Ese poder de convocatoria le permite hablarle a un electorado amplio. Asegura que sus métricas –las suyas, no las de “las encuestas truchas”– lo muestran parejo en todos los segmentos sociales. “Yo vendo Maserati y sal de Andrews”, bromea.
La entrevista, por momentos delirante, deja en claro que Butters no necesita que lo quieran todos. Le basta con que lo escuchen. Y lo están haciendo.