75 años

Edicion_2726

Ellas Quieren Volver

María Tarriga, Paula Castro y María de Luque son tres mujeres desconocidas en la historia oficial del Perú. Sus nombres pudieron pasar desapercibidos en el Cusco de la segunda mitad del siglo XVIII, pero a ellas les tocó compartir la misma tragedia.
Tarriga, Castro y de Luque solo tuvieron en común ser familia del rebelde José Gabriel Condorcanqui -Túpac Amaru II- y de su esposa Micaela Bastidas. Las tres damas fueron deportadas a España luego de sufrir un injusto proceso penal, después de soportar torturas y vejaciones; y de sobrevivir a una odisea que las llevó a España previo paso por Lima y Montevideo.
Las tres no tuvieron la misma suerte, pero sus casos y la injusticia de sus respectivas sentencias fueron reconocidas por las autoridades españolas.
Doscientos años después de su tragedia, las tres damas vuelven a compartir algo en común: sus casos fueron revelados por el historiador peruano Luis Miguel Glave Testino, investigador del Colegio de América en la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla, España. “María Tarriga no nos ha dejado ninguna otra huella que esa carta aislada que publiqué. Se halla en un legajo del Archivo General de Indias, que contiene un ´Expediente del destino de las personas que vinieron a España como consecuencia de la sublevación de Túpac Amaru´, bajo la signatura Charcas 598. Lo encontré buscando información sobre otras desdichadas mujeres desterradas, llamadas Paula de Castro y María de Luque”.
Sobre ellas, Glave ha publicado sendos informes que se pueden leer en www.academia.edu.


“Paula Castro era una anciana, pariente de Diego Cristóbal Túpac Amaru, mientras que María de Luque era una joven que la acompañó y que era prometida de Mariano Isidro de la Barrera, apoderado de José Gabriel Condorcanqui. Barrera también fue deportado y contrajo matrimonio con de Luque en Madrid. Tarriga es mencionada también en otros expedientes referidos a la deportación de su marido, Miguel Bastidas, sobrino de Micaela, pero solo fugazmente y sin su nombre. Miguel y María todavía reclamaban sus derechos cuando se produjo la independencia del Perú y nunca lograron regresar a la tierra. Sobre su hija no hay rastro y encontrar dónde fueron enterrados es tarea de la futura investigación a la que esta información debe ayudar”, agrega el destacado investigador.

“El protagonismo femenino en la historia ha sido escamoteado por el aplastante discurso patriarcal. Poco a poco, la presencia femenina ha sido rescatada en el escenario de las grandes rebeliones andinas que empezaron en 1780 y preludiaron el proceso que llevaría a la independencia”, sostiene Glave en Memorias Desesperadas, los memoriales en los que Paula Castro y María de Luque piden regresar a su patria 1786-1794.


En esta investigación se puede leer que “Paula Castro o de Castro era una mujer mayor, una de las hermanas de Marcela Castro y por tanto tía de Diego Cristóbal Túpac Amaru. Marcela también fue parte de las mujeres que estuvieron en la vanguardia de la lucha y por ello pagó con su vida, ahorcada, previamente cortada la lengua y luego descuartizada. Pero de Paula prácticamente no sabemos nada, salvo su parentesco. Aquí testifica que en el camino a Lima dejó a tres hijos menores en distintos pueblos pues no pudieron seguir el penoso camino hacia la capital. Lo mismo les pasó a esas autoridades españolas que, sin saber nada de ella, la aprendieron, la condujeron con despropósito a Lima en una caravana de inmoral crueldad y luego la deportaron a España”.
Por su parte, María de Luque era una muchacha del clan Castro, hija de una prima de Diego Cristóbal Túpac Amaru. Fue detenida junto con su madre y dos hermanos menores. Del grupo, solo María sobrevivió al duro trajín que les tocó sufrir en el viaje de Cusco a Lima y al posterior naufragio de la nave que los llevó a España.
Paula y su sobrina María llegaron a Cádiz en 1786 (seis años después del estallido de la rebelión) y fueron depositadas en el hospicio de Cádiz. Salieron de ahí poco tiempo después y se alojaron en el colegio de Monterrey, en Madrid. “Ellas se presentaban como indias nobles y decían haber sido detenidas solo por su parentesco con los líderes”, sostiene Glave Testino.
“Lo más probable es que ambas desterradas fuesen analfabetas, aunque, como vimos en el caso de Narcisa Castro, cuyas cartas de amor a Andrés Tupac Amaru hemos publicado en esta misma colección, estas jóvenes de la familia de los Castro pudieron tener educación, que en el caso de Narcisa era muy cuidada”, asegura el historiador.

De María Tarriga solo se tiene una conmovedora carta dirigida al rey reclamando sus derechos. El documento también fue identificado y publicado por Glave Testino en “Más digo con el doloroso silencio que con la voz, si es que la puede tener quien tiene el espíritu cifrado en lo fugitivo del aliento, Memorial de María Tarriga, desterrada en Cádiz 1788”.
Según Glave Testino, “nada sabemos de ella que no sea lo que nos dice en este memorial que escribió estando en Cádiz sufriendo prisión en 1788. Tenía que ser muy joven pues su pareja frisaba los 19 años cuando fue detenido en 1781. Vivían en alguno de los pueblos de la provincia de Tinta. Miguel fue sumado a la dirigencia de la rebelión y salvó la vida cuando cayeron los primeros miembros de la familia”.
Añade que “María habría sido identificada junto con una criatura, hijo suyo y de Miguel. El virrey de Buenos Aires mandó que la condujeran al lado de su marido. Una penosa travesía, donde sufrió el escarnio y la fractura de un brazo en el camino antes de llegar a Chuquisaca, la condujo de Quispicanchis, donde había terminado residiendo, a Montevideo. En marzo de 1784, fue embarcada en ese puerto con destino a España en la fragata Venus, con su pequeño hijo de cuatro años de edad, acompañando a su esposo Miguel”.
Glave reveló que “la pareja terminó desterrada en Valladolid y ya cuando habían transcurrido más de tres décadas de su alejamiento del Perú, reclamaron por los bienes que les pertenecían y que quedaron en la provincia sin que supieran su destino ni recibieran su renta o su valor. Nada consiguieron, salvo que el estipendio que recibían fuera aumentado y que cuando muriera Miguel, lo gozara María y luego de sus días la joven hija cuyo nombre no figura en la documentación. Miguel y María murieron en Valladolid, mientras que su hija, descendiente de los Puyucahua de Pampamarca, pudo haber dejado sembrada su semilla en el centro de la meseta de Castilla”.