Por: Ricardo González Vigil
El poemario más destacado de 2024 y uno de los mejores de la actual poesía hispanoamericana, Entonces (Lima, Lluvia Editores, 87 pp.) de José Cerna (Chachapoyas, 1949), continúa el tríptico de exploración creadora iniciado con Ruda (1998) y la plasma con mayor riqueza expresiva todavía.
Estamos ante una síntesis compleja y original de las tendencias dominantes en la generación del 70: la propuesta horazeriana del poema integral, la poesía “visual”, la óptica contestaria y las voces migrantes del “desborde popular” (apropiado concepto de José Matos Mar).
Un mural de aliento coral que recorre, despedazado, cual un vía crucis colectivo, desde el puente hasta lugares repletos de gente, con tos alarmante, con rabia creciente, las calles de una capital desbordada que se ha vuelto varias ciudades fragmentadas y sin orden integrador: por eso, las voces hablan de “Limas”, siempre en plural, nunca en singular. Todo lo contrario de la Lima de resabios virreinales que rememora el ensueño criollo de “La flor de la canela” de Chabuca Granda, inspirada en Ricardo Palma y Raúl Porras Barrenechea. En ese marco, “el ser humano se sale de sus casillas / ¿qué tan lejos me voy que ya no llegue? / ¿tan antes estaré que ya no después? (…) si no, cómo entonces porque uno ya no da más / de los innumerables pedazos de que una está hecha” (p. 65). En consecuencia, “se nos han hecho pedazos estas palabras / se nos han hecho palabras estos pedazos” (p. 66).
La confusión y el desorden (no se encuentra a las personas y los materiales buscados, se rompen los objetos a comercializar), conjugan con la neblina limeña. Cerna la conecta con las “babas del diablo” (“babas del cielo” en las pp. 3 y 26), así llaman en Buenos Aires a una niebla ligera que Cortázar acoge en el título de un cuento donde no sabe cómo contar lo que carece de precisión y perspectiva única, lo que demandaría mudar continuamente de persona (yo, tú, él), género y número. Nótese que Cerna entreteje dichos accidentes gramaticales en Entonces.
Empero, más que a Cortázar (fantástico, surrealizante, afecto a la “cachetada metafísica” y el “salto a la otra orilla” del budismo Zen), Cerna, vallejista destacado, comulga con el César Vallejo (hipervital, cubista, dialéctico, afín al expresionismo) del poema “Intensidad y altura” (ahí fusiona “tos” y “voz” en “toz”, lo cual resuena como un leitmotiv en Entonces): quiere decir “muchísimo” y se “atolla”, porque el idioma le impone las reglas gramaticales; le “sale espuma”.
Agreguemos que Entonces concluye esperanzado en un futuro en el que “me pondrás el cuerpo cuando regrese ¿sí? (p. 83), “te pondré el cuerpo cuando regrese ¡ya!” (p. 84), “entonces el cuerpo cuando lleguemos ¿bueno? / sí, ya / entonces / sal, vamos / sí / vamos” (p. 87). Ahí subyace el poema “Los desgraciados” de Vallejo: “ya va a venir el día, ponte el cuerpo”.
Resulta notable cómo la “espuma” vallejiana, que privilegia la acción (el predicado más que el sujeto, conforme subraya Pablo Guevara, poeta mencionado en la p. 20), el devenir dialéctico (se cita a Heráclito en las pp. 22 y 63), estalla una estupenda liberación expresiva en la aventura visual de Cerna. Difiere de los brillantes logros visuales de Oquendo de Amat y Eielson. Posee nexos con el Alejandro Romualdo de Coral a paso de agua mansa (Como Dios manda, 1967), donde sale a correr por las calles de Lima en contraste con la procesión del Señor de los Milagros; mayores aún con el diseño dialéctico del excelente poema El movimiento y el sueño (1971) y del desigual poemario En la extensión de la palabra (1974). Pero Romualdo instala una factura cerrada, concéntrica, más propia de Parménides que de Heráclito (lo que también ocurre en el célebre Blanco del surrealizante y orientalizado Octavio Paz); mientras que Cerna, rehaciendo dialécticamente el azar de Mallarmé y el cubismo de Zona de Apollinaire, despliega una obra a borbotones, caleidoscópica: un entonces que queda abierto. Así como el título Ruda movilizaba dos acepciones (ser rudo y la planta que protege de la mala suerte), el de Entonces remite a la circunstancia temporal (el marco de las Limas desbordadas) y, de otro lado, a la proyección o consecuencia de una condición o situación (si… entonces), apuntado a una salida del laberinto capitalino y del presente deshumanizador.