Comiendo. Con amigos. Unas cervezas. Una cena con la pareja. De viaje. En la piscina. Incluso en los momentos extremadamente personales. Todo el mundo lo tiene que saber. Fotos, videos y a esperar la reacción de los contactos. Para algunos, compartir su vida en redes sociales se ha convertido en una necesidad ineludible, al punto de registrar episodios de llanto y vulnerabilidad con el objetivo de generar empatía y reacciones. La era digital ha normalizado esta sobreexposición, pero cuando compartir se convierte en una constante búsqueda de validación externa, hablamos de oversharing, un fenómeno con profundas implicancias psicológicas y riesgos en la seguridad personal.
Tan solo hace unas semanas, miles de usuarios vieron cómo Mark Vito Villanella, exesposo de Keiko Fujimori convertido en influencer, contaba a sus seguidores que había culminado su relación con Sofía Chirinos, una joven estudiante de Derecho con quien mantenía un romance desde 2024.

Villanella, en esta curiosa época posdivorcio y viviendo una crisis de los cuarenta y últimos, dio detalles muy personales, explicando los motivos de la separación para luego quebrarse en llanto delante de cámaras. Risas aparte, momentos como este evidencian que algunas barreras de la intimidad han sido borradas en esta era.
El Dr. Carlos Bromley, destacado psiquiatra, ofrece una perspectiva profunda sobre este comportamiento. Según él, el oversharing está motivado por “la necesidad de reconocimiento que permita a la persona mejorar su ego personal, sentirse satisfecho de que otros estén al tanto de sus logros, de sus realizaciones”. Esta búsqueda de validación externa puede ser más pronunciada en individuos con una autoestima disminuida o que sienten que no han alcanzado suficientes objetivos en su vida.

Además, el oversharing puede convertirse en una adicción. El Dr. Bromley explica que esta práctica “activa sus sistemas de recompensa en el cerebro y sienten la necesidad de conectarse en la mañana, en la tarde, en la noche, contando detalles desde los más superficiales hasta los más profundos de su vida personal”. Esta necesidad constante de compartir y recibir retroalimentación puede compararse con otras formas de adicción, donde la persona busca continuamente estímulos que le brinden satisfacción inmediata.
Las consecuencias del oversharing no se limitan al individuo. “La sobreexposición de información personal permite que otras personas sepan dónde uno está, cuánto dinero tiene, si viaja o no, en qué sitio trabaja o estudia, en qué barrio vive y cuáles son sus costumbres”, advierte Bromley. Esta exposición puede ser aprovechada por delincuentes para cometer robos, fraudes o suplantaciones de identidad. Además, la información disponible en redes sociales puede afectar oportunidades laborales, ya que cada vez más empleadores revisan los perfiles de los postulantes antes de contratarlos.

El psiquiatra también alerta sobre los riesgos para menores de edad. “Ahora en el Perú hay muchas niñas, niños y adolescentes desaparecidos, la mayoría de ellos secuestrados. Se exponen a la trata de personas porque pueden ser captados emocionalmente por terceros que los contactan en redes”, explica. Los adolescentes que comparten sus problemas personales en redes pueden volverse vulnerables a manipulaciones de desconocidos. Para mitigar estos riesgos, Bromley recomienda pensar antes de publicar. “Siempre hay que pensar unos diez segundos antes de escribir algo en redes sociales”, sugiere el especialista.