Luis Ángel Pinasco, más conocido como Rulito, ha sido testigo y protagonista de la evolución de la televisión y la radio en el Perú. Su libro Memorias de un Tremendo Cañonazo es un viaje a través de su vida y carrera, que abarca desde sus inicios en Iquitos hasta convertirse en una de las voces y rostros más reconocidos del país. En esta entrevista, conversamos sobre su infancia, su llegada a Lima, sus experiencias en el periodismo y la televisión, así como sobre los momentos clave que marcaron su vida.
– En el libro relatas tu infancia en Iquitos como un momento crucial en tu vida. ¿Qué te quedó de esa etapa?
El recuerdo de la primera infancia en Iquitos es inolvidable. Estudié en el colegio San Agustín y desde muy niño el padre Silvino, quien organizaba las actividades artísticas, siempre me elegía. Me subió por primera vez a un escenario y fue un flechazo. Sentir que la gente reaccionaba, que se reía o aplaudía, fue algo que me marcó. En ese momento dije: “¡Qué bonito! Ojalá algún día pueda vivir de esto”.
– Esos dos años que trabajaste con tu padre en Iquitos fueron los que te marcaron para ser un todoterreno. ¿Por qué crees que fue eso?
Tendría 13 años y lo acompañaba a todos lados. En El Oriente, el decano del periódico de Iquitos, se juntaba toda la gente porque al fondo había una canchita de fulbito. Tanto me veían por ahí que un día me dijeron: “Oye, Luchito, ¿por qué no estás en el colegio?” Me ofrecieron ser corrector de pruebas en el periódico porque en esa época todo era manual. Siempre había tenido buen percentil ortográfico, así que me encargué de corregir errores. Con el tiempo, pasé a hacer pruebas de galera, que ya eran las columnas armadas con tipos de metal, y tenía que revisar si había fallos. Un día, el que escribía la sección de deportes recibió una invitación para hacer una columna radial, pero no se animaba a hablar en público. Me preguntaron si yo podía hacerlo, y acepté sin problemas porque mi mamá decía que yo ya era locutor.
– En el libro transmites como te marca Iquitos, en una era en la que todavía se sentía el dinero de la era del caucho. La Casa de Fierro construida por Eiffel y las mansiones de la época lo evidencian.
Sí, esa ciudad tenía algo especial. Yo ya no viví la era del caucho, pero la riqueza dejada se notaba. Los inmigrantes europeos llegaban allá. Mi apellido materno es alemán, y Pinasco es italiano. Mi abuelo Pinasco llegó a Iquitos después de haber estado en Guayaquil, donde se le quemó la tienda en uno de los famosos incendios y cobró el seguro. En Iquitos, construyó la Casa Pinasco, una casona enorme. Era tan grande que ahí funcionaban una bodega, una panadería y hasta una fábrica de fideos. Importaban productos desde Inglaterra. Todo el comercio era impresionante.


– Y era más fácil mandar a los chicos a Europa que a Lima…
Claro. Por el Amazonas se iba hasta Manaos, de allí en barco a Europa. Las familias se reunían para decidir dónde estudiarían sus hijos. Los alemanes ni preguntaban, los mandaban directo. Mi mamá estudió en Berlín, pero tuvo la suerte de regresar en 1938, justo antes de la Segunda Guerra Mundial. Mis tías no tuvieron tanta suerte. Se quedaron allá y les tocó vivir los bombardeos diarios. A mi tío Carlos lo metieron al ejército alemán, pero como mecánico. Mi otro tío, Walter, no tuvo la misma suerte: lo mandaron a Stalingrado, le metieron seis balazos y murió allí. Carlos fue el único de los hombres que sobrevivió.
– Tuviste una etapa en la prensa escrita. Hay un pasaje en el libro sobre tu “bautizo” en la redacción…
Sí, en esa época, cuando entrabas a un periódico te hacían pasar por todas las secciones: deportes, política, espectáculos. Alfredo Kato nos llevó a ocho muchachos porque el diario Expreso y El Diario (su edición vespertina) necesitaban personal. El “gringo” Guillermo Thorndike me rompió una y otra vez mis notas. “Vuelve a hacerlo”, me decía.
– Te hiciste conocido cuando alternaste con María Félix. ¿Cómo fue eso?
María Félix llegó a Lima con la intención de cantar, pero en el canal la habían vendido como actriz para hacer pasajes de comedia. Cuando se enteró, dijo: “Yo he venido a cantar, no a hacer chacota”. Ahí empezó el problema con el actor que la acompañaba, Miguel Hernández. No hubo química y ella exigió un cambio. Y para sorpresa de todos, pidió que pongan al ‘güerito’, dijo. Así empecé mi carrera en televisión y me convertí en “Rulito”.
– La narración de fútbol es un arte marcadamente distinto al resto de tus actividades. ¿Cómo diste el salto?
En el Mundial de México 70 fui como productor y apoyo para la transmisión. Pero yo observaba cómo narraban los argentinos, los mexicanos, los colombianos. Cada país tenía su estilo. Cuando regresamos a Lima le pedí transmitir el clásico. Así que me preparé al máximo. Agregué detalles como el peso, la estatura y la tensión muscular de los jugadores, que no se mencionaban en esa época. Y me funcionó. Desde entonces narré sietes mundiales.
– Durante el gobierno militar se creó Telecentro, unificando los canales 4, 5 y 9. Tú estuviste dentro del proceso. ¿Cómo recuerdas esa etapa?
Hubo mucha tensión. Genaro Delgado Parker les vendió la idea a los militares e inicialmente trabajó con ellos, pero luego, cuando ya no pudo controlarlo, decidió alejarse. Yo estuve en el canal y llegué a ser jefe de Relaciones Públicas. La televisión en esos años era manejada con mucho control estatal.
– ¿La presión de los militares se sintió con la carátula de CARETAS “calatos pero contentos” en 1977?
La idea era que parecíamos estar desnudos, pero en realidad no lo estábamos. La foto causó tal revuelo que mi esposa recibió llamadas de familiares preocupados. “Mamita, te he visto calatita”, le decía una tía. El gobierno militar presionó y Enrique Zileri decidió publicar la imagen completa en la edición siguiente para demostrar que no estábamos desnudos. Fue una manera muy de CARETAS de responder a la censura.
– Uno de los programas más recordados en tu carrera fue Triki Trak. ¿Cómo recuerdas esa etapa?
Fue un fenómeno. Duró ocho años y en su momento fue el programa de concursos más grande del Perú. Teníamos un equipo enorme y premios en dólares, lo que era una novedad. Mucha gente que trabajó ahí terminó siendo ejecutivos en televisión y mis jefes. Era una verdadera escuela.
–Pero el programa fue cancelado abruptamente. ¿Qué pasó?
Sí, nos lo cortaron de un día para otro. El gerente en ese entonces, Nick Vaisman, simplemente decidió que ya no quería el programa, aunque comercialmente seguía funcionando. En esa época, los ejecutivos de televisión tenían un poder absoluto y podían tomar decisiones de ese tipo sin mayor justificación. No sé qué habrá sido de su vida.

–Tuviste un primer matrimonio y tus primeros hijos, pero Sonia Oquendo es, como lo dices en el libro, el amor de tu vida. ¿Cuál es el secreto de tantos años juntos?
Vamos a cumplir 50 años juntos el próximo año. ¡50 años! Y todo el mundo me pregunta: ¿Por qué has durado tanto? Un día llegué al camerino de Al fondo hay sitio y escuché a las chicas hablar de sus peleas con sus enamorados, de sus discusiones. Entonces les dije: “Un momentito, ¿qué les pasa a ustedes? Yo voy a cumplir 50 años con mi mujer”. Se voltearon, me miraron y me preguntaron: “¿Y qué haces?”.
La fórmula es muy sencilla. Cuando una pareja discute, en un matrimonio siempre hay problemas, pero nunca hay que decir malas palabras. Jamás digas “vete a la mierda”. Porque una vez que rompes la relación con una frase así, ya no hay forma de pegarla. Y si la intentas pegar, queda rota.
–Y ahora, a los 84 años, ¡sigues en actividad! ¿Qué viene para Rulito?
Sigo trabajando en Al fondo hay sitio y hago locuciones para comerciales. Y mientras me sigan llamando, seguiré en esto. La actividad es lo que nos mantiene vivos.

–Tus hijos también han seguido caminos en la televisión. ¿Cómo ha sido trabajar con ellos, especialmente con Bruno en Cinescape?
Es una de las cosas más gratificantes que me ha pasado. Bruno es un apasionado del cine y de la televisión, y ha logrado construir un programa que se ha mantenido por años con éxito. Yo grabo las locuciones para Cinescape todos los martes y cada vez que voy, me reencuentro con mis hijos y con el equipo. Ver cómo han crecido en el medio y cómo han desarrollado su propio estilo es algo que me llena de orgullo. A Bruno al principio no le gustaba mucho aparecer en cámara, pero poco a poco le agarró el gusto y miren hasta dónde ha llegado.