Escribe: Luis E. Lama
Puede ser que haya una extendida ignorancia del valor del grabado o que los consumidores se hayan retraído por la falta de unicidad o por el soporte sobre papel. A ello se suma la impresión digital que muchos artistas ven como un atajo que no les demanda un complejo aprendizaje. No saben que en esa “perfección” digital radica su mayor problema.
Personalmente, cuando me enfrento a un grabado suelo imaginar las infinitas posibilidades de realizarlo y estamparlo. Andy Warhol, por ejemplo, aprovechó muy bien estas cualidades en obras como “Little Electric Chair” o “Jacqueline Kennedy”, de 1964. En ellas la misma imagen se reitera sobre la tela, pero la carga de pintura en cada reproducción varía produciendo una alteración del original. Ninguna impresión es igual a la otra.
En el Perú del siglo XX el grabado es introducido por los indigenistas a través de la xilografía. Sabogal tiene varias obras maestras que se pueden ver en el Museo del Banco Central de Reserva. Los orígenes se pueden encontrar en los expresionistas alemanes de “El Puente” que en Dresden se dedicaron, entre otras cosas, al rescate de manifestaciones del gótico medieval, entre ellas el grabado con madera.


Más de medio siglo después, Eulalia Orsero, Jorge Ara, Alberto Agapito, Cristina Dueñas y Gabriela De Bernardi, entre otros, fundaron el Taller 72, en el jirón Canta 704, La Victoria, con una prensa Krause que había pertenecido a Sabogal y a Julia Codesido. Durante un cuarto de siglo el taller fue un importante centro con trascendencia internacional. Como nunca antes las impresiones fueron acogidas y múltiples artistas recurrieron a ella para que su obra tuviera una mayor divulgación.
Lamentablemente en 1994 el local fue exigido por su propietario y el colectivo entró en receso hasta 2003, cuando Cristina Dueñas refunda el local en Miraflores. Pero ya nada era igual. El mercado se había dedicado casi exclusivamente a la pintura y el consumo estaba prácticamente orientado a estampas de pintores de renombre.
Después del cierre de Taller 72 se crearon en Lima varios estudios dedicados principalmente a la serigrafía. De todos ellos ha sido “Llavenelojo”, fundado por Carlos Troncoso en 1995, el que ha podido mantenerse durante estos treinta años de crisis continuas, haciendo una espléndida labor.
Él ha trabajado con obras de pintores como Ramiro Llona, Venancio Shinki, Elda Di Malio o Leoncio Villanueva. Pero también ha recibido encargos de artistas que subvierten las formas de ver. Allí se encuentran Jaime Higa, Villanes, Juan Javier Salazar y obras del mismo Troncoso, todos con una fuerte carga ideológica.
En total son unos 80 artistas que hacen que la muestra sea, además de un merecido homenaje, un verdadero recorrido por las artes visuales de las últimas tres décadas del Perú.
Hoy que ya nadie recuerda a los grandes grabadores de los años 80 (Miguel von Loebenstein, et al) o artistas como Christian Quijada, fallecido prematuramente, es oportuno rendir también tributo a todos ellos.